Una reflexión sobre el valor de la Educación Inclusiva, por Jaume Orpinell Ros
El fotógrafo barcelonés especializado en arquitectura y paisaje ha querido compartir una experiencia que vivió mientras trabajaba fotografiando a los alumnos de un centro educativo, donde la Fundación Aspasim interviene acompañando a un niño con discapacidad intelectual.
Una normalidad, al menos sorprendente
Construyendo en la Sala es una asociación cultural sin ánimo de lucro, tiene por objetivo la difusión de la arquitectura, especialmente a los niños. Es una apuesta por la calidad de vida, ser conocedores de las posibilidades que puede ofrecer un hogar nos permitirá escoger con mayor criterio. La divulgación se realiza a través de un taller de arquitectura.
Durante una semana he estado fotografiando este obrador de pequeñas viviendas que se ha realizado en varias escuelas de primaria de Barcelona, habitualmente esta actividad se concentraba en una única jornada, un domingo, en la Sala Ovala del MNAC, que he documentado desde la primera edición, 2007, este año cumple trece años. Por motivos obvios no ha sido posible realizar la tradicional concentración de 600 niños y más de un centenar de voluntarios, había dos opciones, anular el encuentro o ser ingeniosos y buscar alternativas, los organizadores optaron naturalmente por ser atrevidos, trasladar la iniciativa en las aulas, espacios seguros.
Lo que he detectado haciendo las fotografías en los centros educativos son varias coincidencias; los niños y niñas están muy entusiasmados en lo que hacen, todos están concentrados enganchando cartones, recortando plásticos, dejando en libertad su imaginación. Por lo general son muy creativos y se nota el buen resultado, sobre todo en las escuelas donde previamente habían trabajado la actividad. Mayoritariamente tienen un gran dominio de la plástica, los niños rápidamente aprenden cómo aguantar una pared, donde poner las placas solares, la piscina, el televisor… Sorprende la organización que hay dentro del grupo clase a la hora utilizar los materiales, respetarse y compartir, incluso en el momento menos agradable de recoger, etc.
Pero la “normalidad” que me llamó la atención no es propiamente de la acción de hacer pequeñas casas, que no deja de ser muy extraordinaria, es necesario vivir en directo para ver el excepcional trabajo que se realiza en los centros de enseñanza o en la asociación Construint la Sala, sino de un hecho que transcurrió con tanta normalidad que todavía me siento sorprendido. En una de las escuelas que fui, lo de menos es el nombre, en una clase de primero, es decir seis años, había uno de los alumnos con dificultades, iba tutelado por una maestra que en todo momento le ayudaba hasta conseguir el mismo objetivo que el resto de compañeros de la clase, pero tampoco es éste el hecho admirable que quiero destacar, que perfectamente podría serlo.
Cuando los estudiantes han finalizado el trabajo de hacer de arquitectos por un día, hacemos una foto con todos ellos delante de sus casas soñadas, siempre que se puede hacer un círculo y sus proyectos quedan en medio del círculo. Pues bien, el niño acompañado en todo momento por su veladora y con algunas dificultades se sentó entre dos niñas. La maestra de apoyo se retiró un poco y el niño se quedó solo formando parte del círculo con los otros niños y niñas y justo antes de hacer la instantánea cogió el cabello de una de las niñas de su lado y se lo empezó a estirar, yo que estaba delante no me di cuenta y la niña aguantó la situación y fue la otra, la que estaba al otro lado, la que reclamó la atención de la persona que se cuidaba de una manera más especial, sin grito alguno, solicitaba la ayuda de la responsable diciéndole por su nombre, no parecía una acción anormal por las niñas, hasta que la compañera insistió añadiendo “el pelo”, entonces fue cuando me di cuenta de que el niño estaba estirando la cola de su compañera. Aparece la cuidadora y con una delicada exquisita le fue abriendo la mano hasta que dejó de estirar la melena. Después se puso detrás del niño y poniéndole las manos en los hombros, éste se tranquilizó, no estaba especialmente alterado, ni mucho menos, pero aquellas manos para la criatura fueron un bálsamo. Acto seguido y por iniciativa propia, no transcurrieron dos segundos, la niña que hacía de portavoz de la situación cogió la mano del niño ya continuación lo hizo la otra, al final hicimos la foto con absoluta tranquilidad, no había pasado nada raro. Pero es aquí, en éste no pasó nada, en esa normalidad, donde está todo lo sorprendente. Sin grito alguno, ni de la niña afectada ni de la que reclamaba la atención de la maestra, ningún llanto, ninguna revancha o desprecio por la acción del niño, todo lo contrario, normalidad, estima, integración, amor.
Quizás a veces vemos crispación en situaciones en las que ha faltado paciencia y comprensión hacia el otro, el diferente. Recibí de unas niñas de seis años una gran lección de integración, está claro que previamente ha habido un aprendizaje donde Maestros, educadores de apoyo, coordinadores, pedagogos, todos han ido poco a poco haciendo su maqueta de la sociedad del su sueño.
Al salir de la escuela tuve que sentarme en un banco durante diez minutos, para reflexionar sobre lo que acababa de ver y vivir, hay normalidades que me sorprenden y mucho.
Quizás no me hubiera extrañado tanto si hubiera vivido esta situación con gritos, reproches, nervios, pero no, transcurrió todo con absoluta calma. La pequeña construcción de un mundo más justo tiene en algunas escuelas una sólida base.
Jaume Orpinell Ros